En este post vamos a tratar de ampliar la cuestión que ya se mencionó brevemente en la 
entrada anterior sobre las componentes que determinan el 
retorno total de una cartera de 
renta variable a 
largo plazo.
Propondremos 
nuestro propio modelo de estimación de 
retornos a largo plazo y acto seguido intentaremos contrastar las herramientas que podemos tener a nuestro alcance para intentar estimar cada uno de los elementos del mismo, con objeto de llegar a cifras que nos ayuden en la 
toma de decisiones.
Punto de partida
La 
entrada anterior tomaba prestados unos conceptos al respecto, pues la idea de las tres componentes que ya mencionamos entonces venía de un artículo en 
gurufocus.com, a saber:
- Dividendos
- Crecimiento del negocio (o de la economía en su conjunto de la región* del índice que se trate)
- Cambios en la valoración/cotización
* esta componente se ve distorsionada, en cierta medida, por el carácter global de los negocios de muchas empresas, aunque estén incluidas en un índice nacional/regional concreto.
Siendo el principio idéntico al de aquel artículo (descomponemos el 
retorno total esperado en sus componentes básicas y vemos después si se pueden estimar o predecir de alguna manera), en el presente post vamos a intentar 
refinar la descomposición que se hace del 
retorno total esperado. El objetivo es tener un 
modelo que no se deje fuera ninguna 
pieza del puzle que es nuestra 
inversión a 
largo plazo. Además, queremos que tenga cierto 
rigor en cuanto a clasificar la naturaleza de cada uno de los vectores que se van a identificar.
Decimos esto porque, a simple vista, ya se ve que aquel modelo que veíamos propuesto en 
gurufocus.com (sin querer quitarle ningún mérito), deja cosas fuera. Sin ir más lejos, excluye consideraciones 
fiscales respecto de los 
dividendos que pueden ser relevantes. Tampoco contempla qué pasa con los 
beneficios empresariales que no se reparten en forma de 
dividendos – nosotros pensamos que estos también forman parte del 
retorno de nuestra inversión. Lo que pasa es que aparecerán por otro lado - ahora lo veremos. Y tampoco contemplaba el impacto de los cambios en los 
tipos de interés (y su influencia en la 
tasa de descuento que debemos utilizar para estimar el 
valor presente de según qué flujos – lo veremos más adelante).
Como punto de partida para el modelo que vamos a explicar en nuestra entrada de hoy, también tomaremos prestados los conceptos que 
A Geis, 
D Kapp y 
KL Kristiansen nos detallan en su 
impresionante trabajo sobre cómo evoluciona la 
rentabilidad que se exige a la 
renta variable (“
cost of equity”), es decir, la famosa 
tasa de descuento que habremos de utilizar, por ejemplo, también en 
nuestro modelo.
A este respecto, dichos autores definen dicha 
tasa de descuento como la suma del 
interés libre de riesgo a largo plazo más una 
prima (“
Equity Risk Premium” o ERP) – “
The cost of equity usually defines the required rate of return on equity at which future dividends are discounted and is calculated as the sum of the ERP and the long‑term risk-free rate.” 
Lo veremos ahora aplicado a nuestro modelo, si bien con una considerable simplificación.
Nuestro modelo
I. Inversión directa en acciones
Si decidimos confeccionar una cartera de 
renta variable que 
no utilice vehículos de inversión colectiva (es decir, manteniendo las acciones directamente), el modelo viene a ser según se ilustra en la figura siguiente. Esta primera aproximación (
inversión directa) nos va a servir para cimentar el planteamiento preferido que se explicará después, por ejemplo, con 
ETFs (o 
fondos indexados), que es el que realmente nos interesa.
Figura 1: Modelo de retorno total a un plazo largo (aunque definido) mediante inversión directa en acciones